31 de marzo de 2010

MANZANILLO: ENTRE EL MAR,LA FRONTERA Y EL OLVIDO


Por Mario Díaz

Desde que viajé a Manzanillo por primera vez, le tomé un cariño enorme a esa comunidad y a su gente, a tal punto que me siento tan de allí como de Santo Domingo, donde nací con sangre paterna hainera y materna barahonera.

Corría el año 1978 y apenas mi juventud alzaba el vuelo, siendo entonces bongosero y güirero de la Orquesta Las Llamas, dirigida por el pianista Euclides (Eudy) Polanco, y a la que pertenecían además los cantautores Raldy Vásquez y Pascual (Harry) Mayí, el bajista Héctor de los Santos (El Clavel), Agapín y Freddy eran los saxofonistas y Fausto Pérez el conguero. Los trompetistas eran Valerio y Apolinar (Polín) Colón, enlace para que la orquesta fuera contratada y primer manzanillero que conocí.

Recuerdo que en el autobús que nos transportó viajaba otro manzanillero, Manuel Santos, mi ex profesor de Matemáticas en el Centro de Estudios Fleming, donde me tocó estudiar el segundo curso del bachillerato y sufrir los crueles exámenes a que nos sometía el referido educador.

Nunca olvido que en la guagua se armó un rebú tremendo porque alguien le dijo "musú" a otro de los viajeros y hasta una pistola salió a relucir, armándose tremendo reperpero dentro del bus (luego averigüé que la extraña palabra remite a sucio, feo y asqueroso). El embrollo alcanzó tal magnitud que en el forcejeo voló uno de los vidrios del vehículo, lo que provocó que ya en medio de la noche y transitando los polvorientos caminos de la zona noroeste a casi todo el mundo le tocara su amarillento mechón de tierra.

Cuando llegamos nos hospedamos en un hotel ubicado en los alrededores del parque municipal de Pepillo Salcedo, nombre oficial de esta hospitalaria comunidad fronteriza, pues Manzanillo, por ser parte de la bahía homónima, es su anterior denominación (y la que prefiere el pueblo), esa misma noche tocamos en un club, que era entonces el establecimiento de diversión por excelencia de los lugareños.

Al día siguiente, desde las ventanas del hotel, varios de los integrantes de la orquesta nos quedamos mirando las montañas y la costa haitianas, mientras escuchábamos una radioemisora de la tierra gobernada entonces por Jean Claude Duvalier (Baby Doc), hijo del dictador Francois Duvalier (Papa Doc), de quien heredó el poder. Por ese tufo a totalitarismo nunca se nos ocurrió que, parafraseando al escritor Freddy Gatón Arce, "el Masacre se pasa a pie".

Entonces salí para sentarme en un banco del parque y desde allí observaba el Océano Atlántico, y en la quietud de sus aguas mis pensamientos se embarcaban

en la humildad y la bondad que percibía en aquel rinconcito del país, a un paso de donde imperan otros rasgos, costumbres e identidad muy diferentes de los nuestros.

Presentí que aquel conglomerado humano estaba en peligro de perder su identidad, no por transculturación, sino por total abandono que remacha el olvido de las autoridades de siempre, lo cual ha cambiado muy poco, casi nada, desde entonces.

Luego, cuando ingresé al Movimiento Cultural Universitario (MCU), en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), celebrada creo que en 1985, tuve la oportunidad de viajar por segunda vez a la Primera Semana Cultural de Manzanillo, y ahí conocí entrañables amigos, con los que me une una hermandad hasta hoy, entre ellos Frank Valenzuela y su hermana, Mario (Chi), Moreno y Maritza Ventura, Carlos, Junior, Naíto y Sinín Sosa, Rosa, Anbiorix y Mery Payano, los hermanos Isaías y Cucho, Luis Peña Sosa y su señora madre, quienes me brindaron su hospitalidad, y de modo muy especial con la familia Bejarán Álvarez, por el cariño con que me acogieron don Alejandro (epd) y mi siempre venerada doña Urania, así como sus hijos (Tito, Bin, Moreno, Joaquín y sus hermanas).

Pensar en la Asociación de Estudiantes Universitarios de Manzanillo (ASEUMA), me transporta a la casa que ocupaban en el sector Mata Hambre, al combativo cura Ramoncito y con ellos a todos mis compañeros emeceuístas, quienes, igual que yo, sintieron un entusiasmo desbordante cada vez que se nos presentó la oportunidad de visitar esa querida comunidad.

Llevo colgados del alma los caminos hacia Estero Balsa, el muelle, las majestuosas casas con columnas empedradas y espaciosa ventilación contruidas sobre todo en Los Cerros durante los tiempos de explendor de la Grenada Company, emporio norteamericano que desarrolló en este pequeño poblado la siembra de guineos, retomada por el Proyecto La Cruz-Manzanillo, que ha sido el sello de identidad de los munícipes.

Hoy, que promesas de modernidad y progreso se derraman allí, en especial por el proyectado megapuerto que impulsa el consorcio Transglobal, se infla mi corazón de alegría porque Manzanillo y su gente merecen que realmente desde sus cuatro costados se pueda gritar "e' pa' lante que vamos", y no continuar languideciendo, entre el mar, la frontera y el olvido.

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