13 de abril de 2010

ROSALINDA UN MENOR DE EDAD GAY,NOS NARRA SU HISTORIA


Sus amigos le llaman Rosalinda, también le dicen Negra. Andrew –bautizo ficticio- llegó hasta octavo grado porque no toleraba los apodos de sus compañeros de escuela.
“Me quedé en octavo curso porque me botaron, porque los carajitos me decían Rosalinda, yo me quillaba y comenzaba a darles golpes y les mandaba la butaca atrás. Nunca tuve amigos en la escuela, siempre fui solo”.

Andrew fue violado sexualmente a los siete años por dos hombres que penetraron a su hogar en momentos que su abuela lo dejó solo para ir al "mercado".

“Ellos entraron e hicieron de mi lo que yo no quería. Yo les decía que no, que no quería eso y menos en ese tiempo, a esa edad, yo no podía hacer eso”, relata el joven, pero en reiteradas ocasiones se detiene, no quiere hablar de ello.

Sin embargo, ante las preguntas, retoma el curso de la entrevista, se estira los dedos y esconde la cara. Resulta fácil notar su angustia.

“Entre los dos abusaron de mí como por dos horas, yo lloraba y les decía que me dejaran, que me dolía y me quería ir, pero siempre me agarraban”.

Explica que su mamá y su abuela se dieron cuenta, porque fueron dos vecinos del mismo barrio y cercanos a su familia quienes lo violaron.

Desde aquel momento su vida cambió, dice que se quedó “con eso por dentro”, como traumatizado.

“Me quedé con esa maldad, solo decía que ellos me lo tenían que pagar y me lo pagaron: cuando crecí les partí la cabeza y les rallé la cara”, cuenta, con gestos y ademanes afeminados.

Andrew lleva 13 minutos sentado en una silla y se inquieta; son las 5:00 de la tarde y quiere irse a comer unos plátanos maduros que le prepararon sus compañeras de trabajo nocturno, quienes aún no adquieren mayoría de edad. La menor de ellas con 14 años, lleva dos meses de embarazo. El tiene 16.

Es su primera comida durante el día, porque las horas de desayuno y el almuerzo pasaron mientras dormía. Debe aprovechar el sueño del día, porque cuando cae la noche oferta su cuerpo a hombres para ganarse la vida.

“Eso que me hicieron esos tipos me dejó traumatizada y ahora yo me la busco en la calle sin querer hacerlo, porque quedé con eso en la mente, trabajo en la calle y me ando buscando mis cuartos porque los necesito, vivo sola y tengo que arreglar mis gastos”, relata Andrew, quien reside en un cuarto perdido en los laberínticos callejones de un barrio de la capital.

“Antes vivía con mi abuela pero ella me molestaba, me decía vete de mi casa, no te quiero aquí. ¡Y dizque evangélica! Si se perdía algo me lo achacaban a mí, yo no digo que no le ponía la mano a lo ajeno, pero me lo achacaban sin ser yo, y me sentía mal”, destaca.

¿Tú has robado?

“Sí he robado, por estar en el coro de la calle y por necesidad también, he caído hasta preso por robo y una segunda vez porque quemé una casa por 500 pesos: fue un hombre que me robó y fui y me lo cobré”, confiesa.

“Yo tengo malicia porque yo ando en la calle, dispuesto a lo que venga, una vez me desaparecí como por cinco meses, me fui para Villa Mella y me mudé con un hombre que me iba a tener bien, tenía como 13 años”, agrega.

Este menor de edad cuenta con más de 50 clientes fijos, a quienes recibe de acuerdo con la fecha.

“Si es un lunes recibo como cuatro clientes, si es martes seis y si es viernes yo sé estar hasta con 13 hombres en una noche”, precisa.

“Me suelo parar en el colmado La Roka, allí tengo clientes fijos porque no soy de ahora en esto ¿ves?”.

Dice que lo menos que cobra a un hombre es dos mil pesos por noche, aunque señala que ahora ha mermado el flujo de dinero en la calle.

¿Has pasado hambre?

Claro, porque a veces llego sin dinero a la casa cuando no está buena la calle.

¿Cómo te sientes?, ¿Es esta la vida que quieres llevar?

“Algunas veces bien y otras mal. A veces me miro en el espejo y veo que ya no soy la misma persona de antes. Yo no te voy a hablar mentira, yo consumo drogas y cuando lo hago me quedo mirando en el espejo y comienzo a llorar, porque no soy el mismo niño que estaba en una escuela con un pantalón caqui, un poloshirt blanco y unos zapatos negros”.

“Yo era más llenito y mira como estoy, flaco, la calle me tiene acabada y me quedo pensando”.

El adolescente, de alta estatura, escaso peso, cabellos rizos y ojos grandes y rojos, característicos del consumidor de estupefacientes, confiesa que ha intentado dejar la prostitución pero recae en ella para mantener su vicio.

Manifiesta que aunque no cuenta con acta de nacimiento, le gustaría retomar sus estudios y recibir alguna ayuda institucional que lo saque del abismo.

“Me gustaría ser una profesional, tener un salón de belleza, vivir con mi familia y ayudarla también, quisiera cosas nuevas y buenas”.

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