18 de diciembre de 2010

PASION POR LA ESCUELA

                                                                                                        Por: Rafael Perez
Amor y odio

Yo nunca fui buen estudiante. Desde el primer día que pisé una escuela pública, la escuela Bartolomé Olegario Pérez, en Azua, he llevado los estudios como lleva un buey la carreta y cada vez que he podido soltar la carreta, lo he hecho con gusto, aunque como el buey, tarde o temprano la tenga que volver a cargar. Paradójicamente, he estudiado mucho —formal e informalmente— y de algún modo u otro y por circunstancias de la vida, he conocido los engranajes del sistema, desde el nivel inicial hasta el superior, con todos los apéndices: cursitos, cursos técnicos, escuelas vocacionales y diplomados. En vez de estudiar en él, me he dedicado a estudiar el sistema. Los gringos le llaman a eso ser freak, yo soy un freak del sistema educativo: un loco que odia coger clases pero en el fondo, ama la escuela.

Las partes del sistema

Regularmente visito centros educativos, de los que tienen televisores plasma y de los que les falta el techo, comparto con maestros, tengo amigos directores de planteles y directores de universidades. También tengo familiares que participan en el sistema, dando clases, tomando clases o como propietarios de centros educativos. Todo lo relativo al aula me llama la atención: un registro escolar, el muchacho carpetoso (tapita) y el aplomado (cerebrito), el uniforme azul con caqui, el pizarrón verde, la tiza y el borrador polvoriento. El timbre de entrada, el de recreo y el de salida son sonidos que atesoro. He visto profesores lanzar el borrador, estudiantes ser hincados en un guayo con piedra en la cabeza y al mismo tiempo, he visto alumnos agredir maestros, de frente y de lado, de forma directa e indirecta, dejando un chicle o un lapicero roto en su sillón o mandándoles un par de tigueres para que le den un susto.

Todos hacemos trampa

También he visto directores de registro que pasan materias por besos y alumnas que consiguen puntos enseñando el borde de la falda. He fotocopiado chivos grandes para hacerlos pequeños, me he escrito chivos en la ropa, el pupitre y cierta vez, por urgencia casi me comí alguno. Guardé formulas en las tapas de las calculadores marca Casio, en el borde de una pizarra y pedí permiso para ir a hacer pipí con el objetivo de ojear un libro que escondí en el baño. También he visto maestros hacer trampa, las mismas que corrigen en sus alumnos: fijarse, sacar chivos y hasta mojar la mano para pasar una evaluación técnica.

Diferentes situaciones

He puesto lápices a pelear, he visto alumnos estudiar con medio Petete y Petete entero, tuve cuadernos Eco, Apolo y carpetas de cuatro divisiones. De hilo, espiral y hasta de hojas perforadas. Tuve lápices cabezones, Berol Mirado, chinos, multipuntas y portaminas, con borra y doble punta. Lapiceros Paper Mate, felpas de colores, resaltadores amarillo lumínico y rosado fucsia. Estudié en colegios de monjas, en escuelas públicas, en institutos politécnicos y liceos. Una vez, hasta estuve inscrito en dos al mismo tiempo: iba a un colegio por la mañana y a una escuela por la tarde. Cogí tutorías con Mariano Matemáticas y pasé las Pruebas Nacionales en la segunda convocatoria. Sí, también le cogí odio a Jacqueline Malagón sin conocerla.

La fórmula secreta

Reuní hace un rato todo lo que sé de la escuela y llegué a la siguiente conclusión: lo que al sistema le falta no son mejores aulas, mejores maestros o mejores alumnos, tampoco necesitamos un mejor desayuno escolar. Lo que le hace falta al aula, tanto en el director, como en el maestro y el alumno, es poco costoso, pero extremadamente valioso: se llama pasión. En mi recorrido por las escuelas he visto luces y he visto sombras, pero detrás de cada luz hay un actor apasionado. Puede ser un alumno que a pesar de sus carencias saca de abajo para estudiar y quién sabe cómo, pero le coge el gusto al asunto, como el caso de Esther, una muchacha que está ahora terminando el bachillerato y yo pensé que no iba a pasar de octavo. O en un maestro universitario como el Profesor Félix Vallejo (UNICARIBE) que a pesar de la apatía de sus alumnos y de tener una materia árida como Evaluación de Proyectos, se inventó un método de estudio interesante y saca de abajo —bailando, sorprendiendo y desafiando— para lograr primero los muchachos no retiren la materia y después que aprendan a hacer «los cuadrillos». O directores de centros como Celeste Belén, de la Escuela Luz en la Barquita, que a pesar de funcionar casi a la orilla del río y con precariedades, logra armar una red de patrocinios para pagarle a los maestros y mantener el plantel.

Históricamente hemos esperado tener los recursos para que se despierte la pasión, pero yo estoy convencido de que la formula es la inversa: cuando existe pasión, entonces se multiplican los recursos. Consigan gente apasionada (directores, maestros y alumnos) e inviertan allí, verán cómo se produce un efecto multiplicador y el sistema comienza a despertar. Anoten esta fórmula por ahí, de ser necesario, hagan con ella un chivo con ella, pues ha demostrado que funciona y aplicándola podemos lograr que el sistema completo pase de curso.


Duarte-101

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