28 de mayo de 2010

LOS MOTELES SEGUN PABLO MCKINNEY


Ellos son los nunca bien valorados templos de meditación horizontal. Instrumentos fundamentales para la paz social.


Es por eso que con el paso de los años, sigue uno sin entender la mala reputación de los moteles, a pesar de su valioso aporte a la felicidad ciudadana y al Estado… de la pasión.

Creo que la mejor carta de presentación de una ciudad es mostrar desde su entrada al Este o su la salida hacia el Sur, su vocación para el amor y “la divina pelea de los cuerpos”, que dijo alguien que ahora no recuerdo ni tengo tiempo para averiguarlo.

Habla bien de los hombres y mujeres de una ciudad, la existencia de esos templos para subir al cielo, bajar, y volver a subir, ay, que en los moteles sólo hay espacio para el amor y sus juegos. Allí, según me cuentan, nadie se reúne a traficar influencias contra el Estado ni se crean empresas fantasmas para estafar al gobierno.

Jamás en un motel se han reunido políticos de la tendencia de un partido a estudiar la manera de atentar contra la estabilidad del Estado.

Los moteles son centros de paz, como las iglesias pero con una sinceridad añadida: la de los cuerpos.


Cada iglesia defiende su visión de Dios, pero en los moteles el concepto de Dios está unificado, allí hay un solo Dios verdadero, el mismo que quiso regalarnos a todos la posibilidad de un anticipo del cielo al morir una tarde, y por eso creó a la mujer. Ya existía el vino. Además, a más moteles menos señoras neuróticas o señores amargados, que el orgasmo es terapéutico, oiga, usted.

No puede ser inmoral algo tan cristiano como expresar amor.

No puede ser pecado que los ciudadanos -por huir de la crisis ética y social con todos sus suplicios- se entreguen a los sudores del santo fornicio.

Por cierto, dijo don Joaquín Umbrales, en un bar triste de La Zona: “Sería fantástico, señora, conocer el color de su alma, respirar su pasión contenida, reinaugurar el sol con su beso. Sería fantástico, ser el hijo de un Dios, y usted la Magdalena, para salvarla y con pasión crucificarla. Eso. Ser el hijo de un Dios, usted la Magdalena… y crucificarnos. Amén.”



Pablo McKinney ,periodista

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