14 de mayo de 2010

LA TRISTE HISTORIA DE KELVIN JIMENEZ


Kelvin Jiménez se detuvo un poco intimidado en la pequeña plaza de las calles 6 y 12 del ensanche Espaillat, de Santiago. Eran las ocho y tres minutos de la noche. La presencia de dos desconocidos sentados a contraluz en un banco de metal aceleró los latidos de su corazón.


Acababa de llegar a su esquina y llevaba encima 206 gramos de cocaína divididos en 70 raciones de uno, dos y tres gramos y medio. No tuvo tiempo de correr ni de tirar la droga. De repente, los dos hombres se abalanzaron sobre él y al mismo tiempo otros diez agentes de la Dirección Nacional de Control de Drogas se presentaron en el lugar.

“Sólo pensé en mis hijos y en mi madre. Qué iba a decir ella que siempre ha estado en contra de eso. Mi madre es cristiana y tiene fobia a los traficantes. Y ella en Nueva York no se imaginaba que aquí, yo, su hijo, estaba en eso”.

Vestido con una chaqueta verde que identifica a los convictos de la cárcel modelo La isleta de Moca, Kelvin Jiménez aparenta un poco más de los 27 años que tiene. Robusto y sereno, su actitud y sus palabras revelan la tristeza y la angustia que le produce estar preso, lejos de su esposa y de sus hijos. “Estoy aquí porque me salí del camino correcto, porque no respeté las normas ni las leyes de mi país, lo que lamento profundamente. Violé la ley de drogas y cumplo una merecida condena por narcotráfico”.

Kelvin se inició en el mundo de las drogas en el 2001, dos años después de la separación de sus padres y de que su madre se fuera a vivir a Estados Unidos. “Siempre estábamos juntos, éramos una familia unida y yo siempre estudiaba mucho y trabajaba. Pero comencé a tener problemas después de la separación de mi madre”.

Un mal ambiente

En el ensanche Espaillat, un barrio del noroeste de Santiago, cerca de la Zona Franca, las ventas de drogas se realizan en casi todas las esquinas. Es el territorio del conocido narcotraficante José Anemia, señalado por las autoridades como uno de los grandes capos de la ciudad capital del Cibao Central.

“En ese barrio vivía y nunca antes se me ocurrió ni probar ni vender drogas, pero un día, en medio de mis problemas familiares, tuve la tentación de vender, y siempre hay alguien que te introduce, te guía y te inicia en el negocio”.

“Mis problemas empezaron desde la separación de mis padres. Yo me quedé con mi papá en el ensanche Espaillat y no era lo mismo vivir sin el apoyo ni el cariño de mi madre que siempre estaba conmigo”.

Kelvin empezó su negocio de drogas de manera independiente.

“Al principio me dieron la mano, yo empecé de a poquito, vendía porciones de medio y un gramo para consumidores, pero después ya realizaba ventas más grandes y suplía a pequeños distribuidores”.

La noche que lo cogieron, Kelvin había estado temprano en la esquina donde acostumbraba a realizar las transacciones con sus clientes y fue al lugar donde tenía “el clavo” a buscar más mercancía para sus ventas nocturnas.

No sabía que lo estaban vigilando. “Yo sé que ellos sabían que yo estaba vendiendo drogas y que, en ocasiones, me observaban, pero no creía que caería de esa manera”, dice, y agrega que siempre creyó que iba a salir fácil porque tenía sus habilidades, relaciones y dinero para pagar abogados, pero no fue así”.

Aunque pagó abogados y trató de salir bajo fianza, el juez se la negó y en el juicio de fondo lo condenaron a 5 años, de los cuales pasó tres años y ocho meses en la cárcel 2 de Mayo, de Moca. En la nueva prisión de La Isleta, dentro del nuevo modelo penintenciario, Kelvin afirma que ha sido como pasar de la tierra al cielo.

“Aquí todo es diferente, me levanto a las 6:00 de la mañana, me baño y dejo la cama y demás cosas arregladas. Después del desayuno comienzan las actividades educativas, deportivas y productivas”.

Desde la 9:00 de la mañana empieza clases de idiomas (inglés e italiano) y computadoras, y en la tarde estudia electricidad. Los jueves tiene una clase especial de psicología y orientación del comportamiento humano.

Tiene dos hijas de 9 y 4 años, y un varón que hace poco fue operado del corazón. “Lo único que anhelo es volver para estar con mis hijos, y les he jurado que jamás volveré a delinquir”.


SOLIDARIO CON TODOS SUS COMPAÑEROS

Kelvin Jiménez comparte su celda con otros tres compañeros y a ninguno le importa la razón por la que cada quien está en prisión, ni siquiera hablan de eso.

Sus contactos con el mundo exterior se limitan a las visitas de sus familiares. Tiene libros y se mantiene informado de las noticias del país. Habla poco, estudia mucho y siempre hace gimnasia.

“La prisión siempre es dura, aunque este nuevo modelo es excelente comparado con el sistema tradicional, donde pasé casi cuatro años, en medio de problemas y extorsiones”, dice, y agrega que la soledad le ha servido para reflexionar y para pedirle a Dios el perdón por sus pecados y a la sociedad por los delitos en su contra.

Apenas le faltan cinco meses para cumplir su condena y tenía el derecho de salir en libertad condicional a los dos años y medio, pero ni siquiera la solicitó en la cárcel 2 de Mayo, porque “allí todo es extorsión y mafia, hay que comprarlo todo, el perdón, la libertad condicional y muchas veces hasta las sábanas y la comida. Es terrible tanta corrupción y abusos”.

Ahora en la cárcel del nuevo modelo, Kelvin dice que se siente en ánimo de solicitar esa libertad condicional por lo que le queda de condena, y que lo lamentará porque se siente bien ayudando a sus compañeros. “Pero anhelo reunirme de nuevo con mis hijos. Tengo al varón operado del corazón, y aquí en la prisión sentí que fue a mí a quien le abrieron el pecho”.

La cárcel modelo ofrece muchas posibilidades, además del trabajo productivo en las granjas y los invernaderos, los presos realizan labores de diseño gráfico, pintura, electricidad y mecánica automotriz.


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