Manzanillo para mí es un pueblo con un increíble atractivo, casi mágico, para perpetuarse en la mente de quien lo visita. Sin dudas, esta hermosa comunidad fronteriza, además de ofrecer sus encantos naturales, nos envuelve con la hospitalidad de su gente.
El humilde terruño de la punta del país, que bordea los límites de la nación haitiana, me propone recorrer sus añejas y polvorientas calles, en contraste con sus casas señoriales, de sobrio estilo victoriano, en especial las de Los Cerros.
Como protegiendo su raigambre y rindiendo tributo a la solidaridad, me pide saludar a sus munícipes, con la mansedumbre de un lugareño apertechado con la bondad y las buenas costumbres heredadas de sus ancestros.
Es cierto, carece de muchas cosas que abundan en nuestras grandes ciudades, pues allí extrañaremos las altísimas torres residenciales y edificios corporativos, los grandes centros comerciales, los parques industriales, los autos lujosos de abusivo cilindraje, túneles y elevados, puentes peatonales e incluso semáforos, pero, asimismo, no encontraremos pedigüeños de toda índole ni venduteros improvisados aglomerados en las calles y avenidas envenenando la salud de los transeúntes.
Está lejos de ser una comunidad modelo, en términos de estructura empresarial y crecimiento económico, pero no por falta de recursos de la pródiga naturaleza, que los hay en abundancia, sino por miopía gubernamental y ausencia de iniciativas del sector financiero privado.
Hablar de Pepillo Salcedo, nombre oficial del municipio, es hacerlo de las vetustas instalaciones de la Grenada Company, de aquella empresa transnacional que le brindó a este brevísimo poblado su histórico explendor, proporcionándole su mayor fuente de ingresos, a través de la producción bananera del Proyecto La Cruz de Manzanillo, que aún se mantiene, aunque renqueando.
Me doy un chapuzón de nostalgia en Estero Balza y me sitúoen la confluencia del Océano Atlántico y el río Masacre, caminando entre numerosos escondrijos de apetecibles camarones, para respirar una mezcolanza de merengue y gagá, donde convergen los vientos dominico-haitianos con olor a caña, tabaco y café.
Me ubico frente a un chivo guisado, acompañado de guineítos salcochados, yuca o de "la bandera" (arroz y habichuelas), exquisitamente preparados por doña Urania Álvarez viuda Bejarán y recuerdo que, a pesar de la lejanía capitalina que me persigue, aún estoy entre los míos, en territorio dominicano y, por ende, sigo en casa.
Entonces me apresto a dar una vuelta por el Parque Central, junto al busto del patricio Juan Pablo Duarte, para extasiarme con la vista que me regala cualquiera de sus bancos, desde el Palacio Municipal y el bar-restaurante El Colonial (que siempre recuerdo cuando escucho "La Bella Cubana" interpretada por la Orquesta Siglo XX, no sólo porque allí la colocaban mucho aquella primera vez que visité Manzanillo, sino porque me fascina ese danzón) hasta la enorme franja marina que bordea el poblado.
Tanta belleza me impide mantenerme quieto y me impulsa hacia el puerto, en cuyo trayecto me sorprenden disímiles plantas, caracoles, lagartijas, cangrejos, aves y mariposas, así como un establecimiento de la Marina de Guerra y un acogedor restaurancito donde degustar un rico plato de mariscos, tostones y ensalada verde.
Manzanillo para mí es arribar al hogar mi siempre venerada doña Urania y don Alejandro Bejarán (epd), sus hijos Tito, Bin, Quin, Moreno, Lissette, Wanda...
Manzanillo es para mí disfrutar una tertulia de canciones con los compañeros de la Asociación de Estudiantes Universitarios de Manzanillo (ASEUMA), la admirable doctora, cantante y guitarrista Mery Payano y su también talentosísimo hermano Ambiorix.
Manzanillo para mí es el compromiso de aportar y la responsabilidad con que demostraban su apego a los valores y al avance de su pueblo el hoy diputado Tito Bejarán y su distinguida familia, el combativo líder comunitario y comunicador Frank Valenzuela, el estupendo poeta Guarionex Luperón, Rosa María Cabreja, Yanko Bejarán y su familia (que con tanta deferencia trataron siempre a mi compadre Salvador Báez), el exitoso locutor Junior Sosa y su señora madre, el comunicador Luis Peña Sosa...
Manzanillo es para mí el aporte a la música popular a través del talento de cantantes como los hermanos Reynold (Naíto), Joel (Sinín) y Willis Sosa, sumados al brillante saxofonista Junior Sánchez y el trompetista ya retirado -supongo- Polín Colón.
Manzanillo es para mí un juego de softbol con los hermanos Moreno, Maritza, Marisol y mi tocayo (a quien los manzanilleros le dicen creo que "Chi") en el amplio pley ubicado a la entrada del municipio, como también los sermones del inolvidable cura Ramoncito.
Manzanillo es para mí un remanso de paz que los manzanilleros deberían preservar, protegiendo el alma noble de su gente y propiciando la llegada del progreso sin perder ni un ápice la esencia de la riqueza espiritual del municipio. Ojalá que nunca se diluyan los valores culturales, la gentileza y el amor al trabajo digno de los pobladores de esta punta del país. Ojalá que haya Manzanillo para siempre, con el mismo romanticismo y hospitalidad con que lo conocí.
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