Por: Cesar Medina,Almomento,net
Corría el verano de 1976 y Leonel Fernández se abría camino en su profesión de abogado recién graduado en el bufete de Abelito Rodríguez del Orbe, en la calle El Conde. Paralelamente iniciaba carrera política en el Partido de la Liberación, formado tres años antes por Juan Bosch, a quien admiraba desde su mocedad en Nueva York.
Su madre, doña Yolanda Reyna, habría preferido que el muchacho fuera seguidor de Balaguer, por donde andaban sus simpatías sin militancia. Pero el joven había regresado al país seducido por el talento y la gracia política del entonces máximo líder del PRD. Además, en la época era difícil hallar un joven con formación académica en el bando balaguerista.
Como era fundamentalmente boschista, a Leonel le costó poco trabajo cambiar de simpatía partidaria cuando Bosch abandonó el PRD para fundar el PLD. Desde la universidad se organizó en el nuevo partido justo cuando comenzaba a destacarse primero como profesor sustituto en la escuela de Comunicación Social de la facultad de Humanidades y posteriormente asumiendo la titularidad académica a tiempo completo.
Su mundo giraba alrededor de la academia y hacía esfuerzos para integrarse a los círculos políticos e intelectuales de la capital. No conocía a los dirigentes políticos de los pueblos... Ni los dirigentes políticos de los pueblos lo conocían a él.
El cepillito amarillo
Leonel nunca había ido a Montecristi ni había pensado en ir hasta que el secretario general de su partido, el doctor Rafael Alburquerque, enfermó de pronto y le pidió que lo reemplazara en una charla que se había comprometido ofrecer al día siguiente, que era sábado, y sus compañeros le dijeron que ya no podía posponerse porque se habían distribuido las invitaciones, se hizo propaganda radial y había guaguas anunciadoras perifoneando en las calles.
Cuando decidió aceptar el reto, Leonel estaba confiado en que todo se había arreglado para el cambio de charlista. Invitó a su amigo Guaroa Guzmán-- que fue quien lo indujo a entrar al PLD por su cercanía con Bosch-- a que le acompañara en el viaje y el sábado tempranito partieron para Montecristi en el “cepillito amarillo”.
Pasaron muchísimo trabajo en el camino por las proverbiales calenturas de ese modelo de la Volkswagen, que tenía un sistema de enfriamiento por aire con el motor atrás, un contrasentido tecnológico que demostraría con los años que “los blanquitos alemanes de raza aria también se equivocan”, pues decenas de miles de ellos ardieron en calles y carreteras de todo el mundo.
Después de múltiples paradas llegaron a Montecristi cuando casi terminaba el día y fueron recibidos por los pocos miembros del comité provincial peledeísta.
A eso de las 7:00 de la noche Leonel, Guzmán y sus compañeros montecristeños llegaron al club donde se celebraba la actividad. Para su sorpresa, el lugar estaba abarrotado, nadie dudó que Rafelito Alburquerque tenía capacidad de convocatoria.
Ninguno se percató, sin embargo, del abejoneo y las discusiones asordinadas que aumentaban en la medida en que se acercaba la hora de la charla. Nadie podía imaginarse que la noche se le haría tan larga a Leonel Fernández.
¡Tierra, trágame...!
El maestro de ceremonia, un joven locutor de la emisora local que simpatizaba con Juan Bosch, abrió “tan solemne” acto pidiendo la entonación en coro del Himno Nacional y luego el himno del PLD, “con el puño derecho en alto”.
Luego saludó a los miembros de la mesa directiva citándolos por sus nombres y se detuvo con reverencia en “el distinguido conferencista, doctor Rafael Alburquerque, secretario general del partido de la bandera morada y la estrella amarilla...” Leonel y Guaroa se miraron sorprendidos, pero pensaron que se trataba de un “lapsus in tremendous” del joven locutor.
Pero ambos estaban equivocados. El “orador” que le siguió saludó “con el mayor respeto y consideración al segundo hombre al mando de nuestro partido, doctor Rafael Alburquerque, el más fiel discípulo de nuestro líder y guía Juan Bosch...” Y entonces el conductor del acto le puso la tapa al pom “Con ustedes, señoras y señores, el secretario general de nuestro partido, doctor Rafael Alburquerque...” Leonel se levantó de la mesa, fue al podio, leyó su conferencia por casi una hora, se sometió a la tanda de preguntas y respuestas...
Algunos de los presentes se enteraron que ése no era Rafael Alburquerque cuando Leonel se juramentó como Presidente en el 1996, 20 años más tarde.
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