18 de mayo de 2013

LA TRISTE HISTORIA DE UN DEPORTADO DESDE EEUU


La mayoría de los criollos que llegan a República Dominicana repatriados, tras cumplir condenas en cárceles de los Estados Unidos, al descender del avión que los trae de regreso a su país de origen, se tapan el rostro para  no ser identificados. Pedro Báez ha hecho todo lo contrario,  dio la cara porque quiere ser escuchado. Báez  aterrizó en el Aeropuerto Internacional de las Américas   hace poco más de un mes, tras pasar más de 20 años en  prisión y  36 años sin pisar suelo dominicano. Solo, sin dinero, sin parientes que lo recibieran o reclamaran, pese a no existir aquí ningún cargo en su contra, durmió la primera noche de su amargo regreso en el Palacio de la Policía junto a otro ex reo que acaba de cumplir 33 años de prisión y tampoco había regresado a Santo Domingo en los últimos 47 años.   
Con ambos, el primero condenado por tres cargos de asalto a mano armada y el segundo por asesinato, aunque  alegan inocencia,  estuvo deambulando un capitán de la Policía para ayudarlos a localizar a alguien que confirmara sus identidades.
Pedro encontró un primo que firmó un papel de que lo conocía y le dio 320 pesos.  Su compañero fue identificado por una tía anciana, la única persona vinculada a su familia que aún le conoce aquí. Los que firmaron no tienen ninguna responsabilidad ante la sociedad ni las autoridades por sus parientes y ellos ahora caminan por las calles de Santo Domingo, junto a muchos otros repatriados, en una situación de desesperación.
Pedro enfrenta  dificultades hasta para establecer su identidad. Fue deportado como Pedro Báez pero durante más de 20 años  su identificación correspondió al reo Daniel Medina. De hecho la madrugada en que lo levantaron en su celda para abordar el avión que lo traería de regreso al país,  recuerda que el custodio le dijo “Señor Medina levántese, se va para otro penal”. Lo creyó porque un abogado hacía gestiones para evitar su deportación y nadie le notificó que ésta ya era un hecho.
“El abogado me dijo: tenemos que buscar a alguien para probar que tú eres americano. Yo recordé la iglesia  a donde iba y dije, ahí hay fotos mías de cuando era muy joven.”
Se le humedecen  los ojos y se le quiebra la voz cuando recuerda a Panchita Morales y su esposo, a quienes considera sus verdaderos padres porque lo acogieron cuando llegó siendo muy joven a Estados Unidos. Pero el abogado no pudo encontrar ninguna prueba  de que Pedro vivía en Estados Unidos desde que casi era un niño.  “El pastor de la iglesia se murió en 1991. Eso ya no existe, hay nueva gente. Mamá también se murió.  No pudo conseguir a nadie.”  
Insiste en que el día de la deportación no sabía hacia dónde iba y afirma que ninguna autoridad del país le visitó para orientarlo.
“Yo ni sé el nombre del cónsul dominicano, nunca vi a ese hombre y nunca vi al oficial de deportación de República Dominicana. Ni siquiera cuando yo llegué. Ni una palabra. ¿Cómo me van a deportar sin contactar si yo tenía familia aquí? Y no lo hicieron, nunca lo hicieron. Ellos no hicieron eso. Hay otras nacionalidades que los cónsules van dos veces por semana, van y preguntan. Mira, cuando los haitianos llegaron con nosotros, había una guagua esperándolos”.
Báez se refiere al vuelo chárter que lo trajo desde Estados Unidos. Dice que fue al abordar ese avión que se dio cuenta hacia dónde venía.
Cuenta que les informaron que quienes no tenían familiares para recogerlos debían dormir en el Palacio de la Policía. “Le di un par de pesos a un tipo para que no nos metiera a dormir con los otros presos”. Habla en plural porque estaba junto al hombre convicto durante 33 años a quien, como a Báez, nadie fue a recoger.
Dijo que esa primera noche aquí, vivió lo que nunca le tocó en  20 años de prisión en Estados Unidos: dormir en el suelo  y lidiar con orines  y otros desechos humanos. “Yo vi que el Presidente va a los lugares a observar cómo funcionan, que vaya al Palacio de la Policía para que vea cómo es eso”.
Buscando a un primo
Llevaba tres días sin bañarme. Ya estaba rebelde, le dije  al capitán: mañana  yo voy a salir por ahí o tú me vas a dar un tiro. Ya yo no tenía nada que perder, estaba sin dinero,  en un país que no era el  mío, yo tenía un montón de años sin venir  acá, un montón de años.  El me dijo: cállate  la boca porque la única familia que tú tienes ahora soy yo.”
Ese capitán movió cielo y tierra para encontrar alguien que lo recibiera tanto a él como a su compañero. Se comunicaron en Estados Unidos con la mamá del otro repatriado y ésta habló de una prima de ella que aún vive aquí. “Fuimos y había una pareja de viejitos”.  Los ancianos firmaron el papel requerido. Luego de esto, faltaba ubicar a Báez. Llamaron a un hermano de la madre, que después que aceptó pasar a recogerlo, se negó a tomar el teléfono y luego su esposa dio excusas.
Descartada la opción del hermano, Báez recordó a una prima, que vive en Ciudad Nueva. Hasta allá llegaron pero ésta tampoco quiso firmar. Los refirió a otro primo de él en la misma zona. Este último, valoró la situación y, finalmente, accedió a colocar su firma en el papel  que todos rehuían. “Mandó a cambiar 500 pesos y me dio 320. Me dijo, primo eso es lo único que tengo para usted”.
Pedro le preguntó si era suficiente para llegar a Baní porque allí hay una prima de su papá que siempre lo quiso mucho. “Esa sí, esa mujer nunca me ha fallado”. Lo orientaron sobre cómo tomar el autobús. Por primera vez se sintió bien recibido. “Me dio una comidita, ropa, un bulto con cepillo de dientes, pastaÖ”. Pero la prima tampoco podía tenerlo en su casa.  
Báez encontró a un hombre que le habló de un hermano que no conocía. Hasta la casa de este hermano llegó. Este también le dio 300 pesos y le sugirió un pequeño hotel donde se puede pasar la noche por 150 pesos. “Me sentía como un rey pero ese sitio es lo peor que puedas imaginar, de noche estaban mujeres dando botellazos y una vez hirieron a un hombre y yo ahí, sin papeles.”
Sin identidad
Y es que, ya alojado, el siguiente problema a resolver  para Pedro  Báez es el de su identidad. Llegó al país con una identificación provisional, válida por sólo diez días, que fija su fecha de nacimiento del 18 de marzo de 1960, en Baní. Pero cuando trató de obtener su acta de nacimiento le dijeron que no figura en los libros. “Si los americanos pueden saber quién soy yo y dónde nací, ¿cómo es que en mi país no lo saben?”, se pregunta.
Ahora, su prima de Baní hizo otros contactos y los hermanos de Báez, que viven en Puerto Rico y Estados Unidos, le han enviado alguna ayuda. Continúa en un hotelito, comiendo en la calle. “Cuando los dominicanos estamos fuera y mandamos dinero sí nos quieren, pero si llegas repatriado, nadie te recibe en su casa. Ya yo tengo un mes aquí y estoy desesperado. Ni siquiera me quieren dar la dirección de dónde viven”. Dice que ha visto a otros repatriados que están aún en peor situación que él, pasando hambre y durmiendo en las calles.
Insiste en que no debieron traerlo al país en la condición en que vino  como también han llegado muchos otros. “No estaban supuestos a traerme  así, de sorpresa,  sin dirección, sin contactar a mi familia. El trabajo del  cónsul y  del oficial de deportación  era contactar a la familia.  Mire, el compañero que conocí, que vino conmigo, ¿y si es peligroso? Cumplió 33 años por una muerte, lo veía hablando solo, y lo tiran a la calle sin comida, sin nada”.
“Hay personas con problemas mentales que los deportan.  Es un asunto de seguridad para ustedes. Hay muchos deportados con problemas mentales que andan por ahí, durmiendo en la calle. Los he visto.  Allá, cuando sales de la cárcel después de muchos años, por obligación, usted tiene que someterse a una evaluación psicológica. Un amigo mío, que estaba preso,  creía que se iba libre y lo metieron en un hospital. Hay muchos dominicanos que son esquizofrénicos, que es lo más peligroso que hay, que yo estuve con ellos preso. ¿Y si esa gente la traen y comienzan a violar mujeres? Están trayendo gente  peligrosa. Y el gobierno de aquí ni siquiera les hace una evaluación.  Hay deportados que son normales pero hay otros que no  lo son”, señala.
Cuando le pregunto si puedo repetir todo eso que me está diciendo, lo confirma. “Ya no tengo nada que perder, y lo que digo es la verdad”. Teme que en unos años República Dominicana se vuelva como Puerto Rico, “que a las seis de la tarde no se puede salir a la calle”.
Báez cree que el gobierno dominicano recibe dinero por cada repatriado, como una ayuda para estos, y lo retiene. Le pregunto de dónde saca esa información pero insiste. Dice que un país asiático que se negaba a recibir a sus repatriados cambió de actitud cuando Estados Unidos  le ofreció 20 mil dólares por cada uno.
Explica que, según una nueva ley de Estados Unidos, si tu país no te quiere acoger, no te pueden retener por más de  90 días y deben mandarte a la calle. Habría preferido eso,  admite,  porque  cree que allá es diferente, pese a todo.
Dice que no entiende por qué las iglesias aquí son tan “duras”. “Pues en Estados Unidos, cuando vas a una iglesia,  te ayudan y te dan qué comer”. Interrumpe su relato y vuelve a llorar, entonces, conversamos sobre su llegada a  ese país del que habla como si fuera el suyo aunque acaba de expulsarlo.
Emigrante a los 16 años
Pedro Baéz llegó a Estados Unidos entre 1976 y 77.  Tenía 16 años. Su papá Vicente Báez y una hermana de éste, Mercedes Báez, lo declararon como su hijo.  Pedro viajó a Puerto Rico y luego a Nueva York donde se quedó. Trabajó como ayudante de camarero y delivery, incluso en las Torres Gemelas. Terminó high school e inició estudios de artes liberales en Hostos Community College. Se casó. Su esposa decide divorciarse y le retira los papeles. En ese momento dice que es sujeto de deportación y adquiere el nombre de Daniel Medina. Después sufre un accidente trabajando en la construcción. Se instala en Massachusetts para tratarse la lesión y es viviendo allí donde lo apresan. Se vio envuelto en un tiroteo junto a otras tres personas. Una mujer que llevaba medio kilo de cocaína, y dos hombres. Él y otro resultaron heridos. Los demás negociaron sus penas, Pedro se fue a juicio. Lo condenaron de 20 a 25 años por 3 cargos de asalto a mano armada y uno de robo. Estuvo 10 años en una zona para gangas donde salía una hora al día para tomar sol y bañarse. Su pena aumentó  por pelear con un custodio que lo empujó. Estuvo un año en una celda de castigo, seis meses sin hablar con nadie. En el penal  también fue apuñalado por dos miembros de la banda Latin King. Enfrentó problemas para integrarse con otros presos, le recomendaron psicólogo pero no aceptó. Desde que descubrió que el ex agente del FBI John J. Connolly, que participó en su captura, fue condenado por vínculos con la mafia ha tratado de que se revise su caso. Tiene decenas de cartas enviadas y recibidas pero nadie le dio curso a su reclamo.
Pide perdón
En una carta escrita en inglés y algo confusa, Báez pide perdón por el daño que pudo causar a la sociedad y a las personas que ama. Se arrepiente, dice, de lo que hizo mal y pide una oportunidad. Con sus manos callosas, por las pesas que durante años levantó en prisión, entrega un folder lleno de papeles: ahí está toda su historia. Fue lo único que pudo traer con él a este país al que no quería venir y que tampoco lo esperaba. ue violentar esa burocracia para dinamizar sus instituciones, pero siempre corriendo el riesgo de ser reprendidos desde las oficinas fiscalizadoras del Estado...
Para el presidente Medina, sin embargo, sigue corriendo el cronómetro. Porque la carrera es también de velocidad...
Al gobierno sólo le quedan 40 meses. Parece mucho, pero ya se le fueron ocho...  Ningun obstáculo le impide a Danilo Medina llegar a las zonas más apartadas.


Listin Diario

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