
Un año después, las ruinas persisten y lo único que se ha podido hacer, a pesar de los compromisos asumidos por las naciones más poderosas de la tierra, es alimentar a los damnificados y albergarlos en casas de campaña, sometidos al albur de los huracanes.
Haití, da pena decirlo, ya era un país fracasado antes del terremoto, pero el fracaso peor ha sido el de las naciones que se comprometieron a ayudar. No ha bastado que un ex presidente de los Estados Unidos dirija los esfuerzos de reconstrucción. Haití ha visto agravarse su situación con una epidemia de cólera y los efectos de la temporada ciclónica.
El caso haitiano debe servirnos de lección. Cada país debe estar preparado para afrontar su propio destino. Nadie vendrá de fuera a resolver los problemas que debemos solucionar nosotros.
DIARIO LIBRE
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