Por: Namphi Rodríguez
Hay dos estilos de gobernar: el del “padre amigo”, cuyo código de comunicación es el consenso y la negociación con sus gobernados; y el del “padre autoritario”, que dirige de manera vertical y sin tomar en cuenta las voces que discrepan de lo que pueden ser sus creencias e ideas.
El pacto recientemente alcanzado por el presidente Leonel Fernández con la cúpula del empresariado para impulsar un conjunto de medidas de control fiscal es una muestra fehaciente de como el estilo de “padre amigo” le ha rendido rentabilidad política al gobernante en una década de ejercicio del poder.
Este acuerdo, lo mismo que el pacto con el Partido Revolucionario Domincano (PRD) para la reforma de la Constitución y sus reiteradas iniciativas de diálogo nacional, ponen de manifiesto el hecho irrefutable de que la palabra como diálogo democrático tiene una función complementaria al sufragio en el sistema democrático.
Y, aunque a los ojos de nuestra cultura autoritaria nos parezca superfluo, desde Demóstenes y Cicerón en el mundo antiguo, la palabra ha sido una poderosa arma política de los sistemas democráticos, solo que su peso va a depender de la potencia de quien la sustenta.
Ahí estriba la diferencia entre Hipólito Mejía y Leonel Fernández. Mientras Hipólito, cuando solía meter la cuchara, lo hacía para agravar las crisis, Leonel tiene plena conciencia del hecho de que sus ideas están sometidas al escrutinio público, sabe que la labor fundamental de un buen gobernante es explicar, argumentar y convencer a sus gobernados para que acepten sus propuestas.
Por esa razón, ante un empresariado reluctante, el presidente Fernández no optó por la confrontación como hubiesen deseado algunos de sus más encumbrados ministros, sino que acude al diálogo para arribar a una salida consensuada.
De lo que se trata no es de socavar las bases del aparato productivo ni de confundir roles. En un sistema de economía social de mercado son los empresarios los que generan riqueza, y al gobierno le toca tender la mano amiga a los de abajo, a quienes más lo necesitan en este mar de inequidades sociales.
Al fin y al cabo, el Presidente sabe que en sociedades como la dominicana los problemas sociales no desaparecen sino que se transforman. De ahí que lo que debe hacer un gobernante con buen tino es ponerlos bajo control y acudir a su capacidad de persuasión para mantener viva la atención de la población.
Pero, no se trata de una retórica opulenta de discursos televisivos ni grandes titulares de periódicos. Para convencer se requiere la conciencia de un estadista que sepa proyectar el momento en que se toman las decisiones con el pasado y el futuro.
Quizá eso hizo viable el pacto que permitirá compartir con el empresariado responsabilidades en un plan de racionalización fiscal e indexación de los precios de los combustibles para mantener la economía en puerto seguro.
El país se debatía entre dejar ensanchar la brecha del déficit fiscal provocada no sólo por la campaña electoral como afirman algunos, sino también por el amplio plan de inversión social que ha tenido que soportar el gobierno como efecto a las crisis bancaria y financiera internacional, o, por el contrario, racionalizar la gestión fiscal.
El primer escenario hubiese permitido un crecimiento que traería una insolvencia de las arcas públicas, que a su vez, nos pudo haber llevado a seguirnos endeudando con la agravante de que el déficit fiscal trae aparejada de la desconfianza de los organismos internacionales y la banca local.
El segúndo escenario, el del ajuste fiscal moderado y paulatino, podrá replegar momentáneamente algunos agentes económicos, pero garantizará estabilidad y confianza en el país.
Tal vez si algo ha faltado en este conjunto de medidas es que el gobierno anuncie una amnistía fiscal para la micro, pequeña y mediana empresa de capital por debajo de diez millones de pesos, para que se formalicen y sigan siendo el motor del empleo en que se han convertido.
Ahora el país se debe preparar para las impenitentes críticas de aquellos que, como el doctor Andy Dauhajre hijo, siempre tienen en sus cristeras de mago fórmulas de cómo hacer las cosas. Solo que ellos saben como prevenir los males cuando están en la oposición, pero no supieron cómo dejar de agravarlos en su gobierno.
Como en Hamlet, de Shakespeare, siempre un gobernante se va a preguntar si es más noble sufrir pura y simplemente las adversidades de la vida o afrontarla con tesón. El último camino ha sido el elegido por el presidente Leonel Fernández. Asumir el reto con determinación, pero con el tacto del “padre amigo” que apela a la moderación y al consenso en provecho de la gobernabilidad.
El autor es abogado y periodista.
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