Por: Manuel Jimenez Castillo,
Honorable Senadora Mateo:
Permítame ante todo saludarle formalmente en su calidad de Senadora de la República Dominicana. Luego de esto, aprovecho para presentarme ante usted como un simple ciudadano dominicano que, como muchos otros más, nos encontramos indignados. Le explico el por qué.
El pasado domingo 22 de enero de los corrientes, miles y miles de dominicanos y dominicanas de todas las clases sociales, género y raza marcharon a través de las calles de la capital exigiendo, de manera cívica y democrática, el fin de la corrupción y la impunidad que durante tantos años nos ha azotado. En ese tenor, parece ser que aprovechó la ocasión y, en el marco del natalicio número 204 de nuestro patricio Juan Pablo Duarte, tuvo la brillante idea de arremeter encarecidamente y con peyorativos de sobra contra una de las marchas que se constituyó en una de las más representativas y formidables que en los últimos tiempos hayamos podido presenciar. Lamentablemente, usted, en su calidad de Senadora por la provincia Dajabón, se atrevió a declarar que aquellos que formamos parte de ella “no somos nada y nunca lo seremos”. Pero, claro, usted no pudo detenerse ahí. De igual manera, osó pedir al Departamento Nacional de Investigaciones (DNI) que nos investigara para que se sepa públicamente que nosotros también somos unos sucios.
Debo decirle que sus declaraciones no fueron el hazmerreír de siempre. Nada tiene que ver con el cuentico ese de que le falta dinero para comprarse una “botellita de agua”. En esta ocasión fue más atrevida, creativa e irreverente. Ya sí que nos dio duro y, por lo menos para mí, no fue un chiste. Tal parece que su memoria a largo plazo tomó unas vacaciones por Europa y olvidó por completo cuál es el cargo que actualmente ostenta, lo que ello representa y lo que le toca hacer. Así pues, le refresco la memoria.
A su cargo se encuentra la redacción, discusión y aprobación de proyectos de ley. También, y Dios no lo permita, en algún momento podría formar parte de una sesión en la Asamblea Nacional para fines de modificaciones constitucionales. Es así, entonces, que usted está legalmente obligada a promover las disposiciones, velar por el fiel cumplimiento y trabajar por el reforzamiento de la Constitución de la República Dominicana.
No obstante lo anterior, sus palabras no han hecho más que dejar claro que le vale un comino si el Estado garantiza o no el disfrute de nuestro derecho a la libertad de reunión. Es más, si tenemos la osadía de ejercerlo, según sus propias palabras: “es argo’ como agarrar materia fecar’ y tiráselo’ ar’ mundo.”
Sepa y nunca olvide que un 26 de enero de 2017 usted pisoteó la confianza que le depositaron los ciudadanos de Dajabón cuando ilusamente decidieron votar por usted. Déjeme decirle, y le recomiendo que haga extensivo este mensaje a sus colegas congresistas, que ante el Senado de la República usted no representa a Rosa Sonia Mateo Espinosa, mucho menos —pero muchísimo menos— los intereses y la “buena imagen” del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Su trabajo es exclusivamente defender a muerte los intereses de la provincia que la eligió y del pueblo dominicano en su conjunto. Así que de manera categórica le digo a usted y a sus pares lo siguiente: cuando el pasado domingo 21 de enero nosotros, los que no somos y nunca seremos nada, marchamos casi 4 kilómetros bajo el solazo de la ciudad de Santo Domingo, usted y los demás tenían que apoyarnos.
Le confieso que me parece altamente contradictoria su presentación personal (bio) en Twitter [https://twitter.com/soniamateoe?lang=en]. Si tan “comprometida con su pueblo y su país” estuviera como en él alega, humildemente pienso que sus declaraciones no hubiesen sido las que fueron. Eso no es defendernos. Senadora, perdone la insistencia, pero cuando ese 16 de agosto de 2016 fue juramentada para su cargo, no le estaban reconociendo que se sacó un palé o una tripleta. Lo que le dieron no fue un Congreso construido con legos para que juegue con las piezas y construya con ellas una casita en er’ campo. En palabras de su fácil comprensión, el pueblo de Dajabón le dio nada más y nada menos que un mandato o poder de representación –como usted prefiera llamarle– para que abogue por ellos y el porvenir de su nación.
Recuérdelo bien. Nosotros fuimos que decidimos ponerla en esa silla de piel reclinable y olorasa a aceite de pino que tanto les gusta a ustedes los políticos. Pero, al mismo tiempo, somos nosotros mismos los que decidimos cuando se baja de ella. Nunca, pero nunca olvide que el verdadero poder no lo tienen ninguno de ustedes. Lo tenemos nosotros, el pueblo. Si mañana decidimos levantarnos nuevamente para exigir la fiscalización de su trabajo y procurar una labor transparente dentro de la Administración Pública y el Poder Judicial, así lo haremos, y no dude que a usted le toca (le reitero) defender la causa a todo pulmón.
Así que me voy a tomar el atrevimiento de darle una última recomendación. La próxima vez que le toque el micrófono, piense una, dos, tres, o cuantas veces lo exija su cerebro cómo va a conjugar sus verbos, quien será el sujeto de sus oraciones y/o si usará piropos o calificativos. Nosotros estaremos siempre al acecho de lo que dicen, hacen y promueven, tanto usted, como los demás miembros del Congreso Nacional. Como ya más arriba le dije, nosotros tenemos el control de cuando se sube y cuando se baja. No lo olvide: #lamarchasigue.
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